El día de hoy me senté a descansar, tal era mi cansancio de tantas labores, que me quedé dormido, y tuve el siguiente sueño: Vi a dos hombres prestos a iniciar una carrera. El primero de ellos era un anciano, el otro era un joven, vigoroso y lleno de vida, cual juventud entre sus días. La carrera era larga y muy difícil, así que mientras el hombre consideraba su dificultad, el joven confiado en su capacidad fanfarroneaba de su propia fortaleza. Más antes que después empezó la carrera. El anciano, con dificultad inició su camino, al paso que sus fuerzas se lo permitían. Tengo que decir que el hombre no iba ni lento, ni apresurado, solo caminaba con la capacidad que él mismo poseía. Entre tanto el joven corrió con tanta fuerza y velocidad que apenas y me percaté cuando salió. En un momento estaba ahí y al instante se había perdido su figura en el horizonte del camino.
No habían avanzado mucho más en el camino, cuando vi al joven lastimado, alejado del sendero. Cansado y disminuido del esfuerzo inicial, el joven había abandonado la carrera. En tanto que el anciano, a su paso constante, sabedor de lo largo del camino, alcanzó al joven impetuoso. Ya no había vigor, ya no había fuerza. Ya no había distancia que los separara el uno del otro. Simplemente uno permanecía y el otro no. El anciano al ver al joven desertor de la carrera, sin detener su paso constante; alcanzó a cruzar las siguientes palabras con él: “Los muchachos se fatigan, y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantaran alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán.”
El joven confundido preguntó al anciano: — ¿Qué son estas palabras que me has dicho? ¡Detente un momento y ayúdame!
A lo que el anciano respondió: —No me es dado detenerme para ayudarte, solo te digo que he caminado esta misma senda mucho antes que tú, he visto a muchos caer y a otros abandonar por cansancio o desdén. No me es permitido dejar el camino para ayudarte, solo puedo alentarte a que continúes. Así el anciano, dejándole siguió su camino. Entendí entonces en mi sueño, que el camino es personal. Y que nadie puede alegar cansancio o desinterés, que nadie podría tomar en poco el camino y la labor que ello conlleva. Y cada uno debe velar por sí mismo.
Seguí mirando al joven y vi que se reincorporaba con dificultad y con dolor. Sus piernas le pesaban y su paso ya no era ágil y veloz. Una voz le alentaba a continuar, le decía: “Siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse”. Animado por estas palabras el joven regresaba a la carrera.
Muchos días caminó, largo fue el viaje y difícil el camino. Muchos lo sobrepasaban en la carrera. Vio a muchos caer al igual que él. A otros vio equivocar el camino e irse por sendas oscuras. Otros desanimados de lo exigente de la prueba, regresaban por el camino al lugar de donde partieron. De tanto en tanto veía en el camino a otros jóvenes, que corrían con la misma soberbia que él algún día tuvo. Los miraba con entendimiento y les decía: “Una vez fui joven e imprudente, tengan cuidado de no caer”. Sin dejar su caminar les profería estas palabras: “a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno”. A quienes caían al igual que él, trataba de animar. Algunas veces los caídos se levantaban y le acompañaban, otras veces, rehusaban su consejo y le maldecían. Lo cierto es que la carrera fue larga, tanto así que el joven envejeció. Estuvo en el camino más de lo que en algún momento pensó que estaría. Ya no era más un joven impetuoso, era un anciano, igual al que un día trataba de sobrepasar. Ya no le importaba la prontitud de su victoria, sino solamente completar aquello que un día inició.
Vi en mi sueño a aquel que un día fue joven, llegar a un reino lejano. El Señor del reino, coronado de victoria, le esperaba al final de un largo camino. Millares de súbditos del Señor de esas tierras, estaban esperando al caminante. Al final de una larga carrera, fue recibido como vencedor; aunque poco importaba ya quien había vencido. Bastó a cada cual haber terminado la carrera. Miles aplaudieron, fiesta había en la casa del rey. Recibido como un campeón el ahora anciano del camino, escuchaba al Señor del reino decir: “Bien buen siervo y fiel”.
Entonces desperté y vi que había sido un sueño. O ¿Quizás no?
“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante”
Hebreos 12:1
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