En el año 2003, dado una situación de crisis económica, mi familia se vio obligada a vender la casa que fue nuestro hogar durante veinte años. Todo lo que para nosotros era familiar como el vecindario, los amigos, o el que atiende el supermercado; todo eso daría un giro completo en nuestras vidas y las cambiaria para siempre.
Recientemente volví al antiguo vecindario, y quise caminar un buen rato recordando mi niñez y mi adolescencia, en ese lugar que llamaba hogar. ¡Es asombroso como cambian las cosas! Todo se ve un poco más viejo. Muchas paredes han sido decoradas con grafitis, que algunos llaman “arte urbano”. La casa que antes llamabas hogar, ya no se ve como tal. Muchos de los rostros familiares, que antes veías todos los días ya no están. Algunos te miran y no te reconocen, otros ya ni siquiera te miran, pues se acostumbraron a que ya no fueras parte de su entorno. La casa de tu mejor amigo se ve vacía, la del vecino se ve oscura y la de aquel compañero de juegos de infancia, ya no es más una casa, sino una tienda de artículos chinos. La banca en el parque sigue ahí, con un poco de mugre; moho y más “arte urbano”. Es en ese punto donde te preguntas ¿Qué paso con este lugar? ¿Por qué ya no se ve como mi hogar?
Después de meditar un poco sobre esto, me di cuenta que la vida del cristiano es algo similar a dejar el viejo vecindario. Una vez que llegas a Cristo y le conoces, y empiezas a obedecerle, abandonas todo por seguirle, es como mudarse de vecindario. Cambias tu domicilio del mundo a los cielos.
“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo”
Filipenses 3:20
Cuando has cambiado de domicilio espiritual, y das una mirada al lugar que antes llamabas hogar, puedes apreciar las cosas con una perspectiva diferente. Los que antes eran tus amigos, ya no lo son más. Te ven de forma diferente o incluso te ignoran, pues ahora vives en un vecindario diferente, ahora tu nombre es “cristiano”. Lo que antes disfrutabas hacer en el mundo, ya no lo disfrutas. El mundo ya no te recibe como a un amigo, ya no eres mas parte de él, así que no te va a dar la bienvenida. Nadie te saluda, nadie te reconoce, nadie te aprecia.
El vecino te mira y dice: “Ese chico se parece a aquel joven que vivía cerca de nosotros, pero no puede ser él, pues ese joven era mal educado, escandaloso, desordenado, imprudente e irrespetuoso; en cambio este joven que ahora veo es todo lo contrario”
Antes de Cristo, teníamos todas las credenciales de verdaderos ciudadanos mundanos. Todas las costumbres del mundo eran nuestras, nos apropiábamos de ellas y las hacíamos parte de nuestra vida.
El “arte urbano” nos parecía hermoso, la banca mugrienta del parque nos parecía cómoda, en fin todo lo del mundo nos parecía nuestro hogar y esto era porque el vecindario “del mundo” nos había moldeado a su cultura. Pero entonces vino Jesús y nos toco el corazón y no dijo: como le dijo a Abraham:
“Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.”
Génesis 12: 1-2
Desde que Jesús nos llamó, la vida del mundo ya no nos parece más un hogar, un lugar para permanecer, sino que como dijo el apóstol Pablo: “Pero cuantas cosas eran para mi ganancia, las he estimado por perdida por amor de Cristo”.