Hay una frase que al ser pronunciada provoca más terror que un zorro en un gallinero. Así es, efectivamente le estoy hablando de las “Tarjetas de Crédito”. Una gran cantidad de personas saben de lo que estoy hablando. Me refiero a ese escalofrió en el espinazo cada vez que recibes los estados de cuenta y te preguntas: ¿Ahora que rayos hago? Tienes una enorme cuenta pendiente y ni la más mínima idea de cómo cancelarla.
Pensemos en un momento como fue que nos dejamos engatusar por ese vil pedazo de plástico. Siempre nos dicen que usemos la tarjeta de crédito para cubrir imprevistos, sin embargo los zapatos nuevos; las cuentas de restaurantes y las camisas del aparador de aquella tienda; tienen más el sello de nuestros propios impulsos; que de algún imprevisto. ¡Y cómo se nos hace gravoso cargar con nuestras propias cuentas!
“Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz.”
Colosenses 2:13-14
No puedo imaginar una deuda más difícil de pagar que la deuda de mis pecados. Es como si todos nosotros nos hubiéramos excedido en deleites, caprichos y deseos egoístas; y nuestro estado de cuenta espiritual estuviera en rojo. El texto de Colosenses cita un “acta de decretos” que había en contra nuestra, la cual se refiere a un documento legal de deuda. Por nuestra multitud de rebeliones, hemos excedido el límite de crédito permitido y por tanto ahora nos toca hacer el pago.
El problema es que esta deuda no acepta cheques post- fechados, Visa o Master Card. A este Banco Espiritual no le interesa tu dinero, tu apellido, de donde provienes, que has estudiado o cuáles son tus planes. La deuda que has adquirido solo acepta un pago posible y es la muerte. Justamente es en este punto, donde un escalofrió recorre tu cuerpo y tu rostro se vuelve un poco atractivo pálido muerte. Querrás hablar con el gerente del Banco, pero es inútil, el acta de decretos es «sumamente» contraria (Énfasis añadido). El reproche no se hace esperar: “Pero mi pecado no es tan grave, al fin y al cabo yo no he matando a nadie”. Lo cierto es que esa argumentación no cambiará las cosas, en parte porque el acreedor que está cobrando la deuda no le importa tu punto de vista (Satanás es el cobrador más implacable que ha conocido la historia) y también por el hecho que la ley no se hizo para mayores o menores infractores. Si infringes la ley aunque sea en una coma, es lo mismo que si la infringes en todos sus incisos. El caso es que eres deudor, y los términos de “esa tarjeta” son el pago de la deuda con precio de sangre.
Imagínate por un segundo la siguiente escena: Resulta que un día, angustiado de saber que el día del pago se acerca, llegas al Banco a tratar de hacer algún arreglo de pago:
— Si me permite pagar los pecados mas pequeños primero, le aseguro que los demás pecados se los iré pagando en abonos quincenales, hasta finalizar por ahí del año 3016.
Sin embargo en la ventanilla de cobro, se te indica que la deuda ha sido pagada.
— ¿Perdón como dijo?
— Así es, la deuda ha sido cancelada.
— ¿Cómo puede ser esto posible?
— Alguien más vino e hizo el depósito de todo lo que nos debía. Puede irse tranquilo, su deuda fue saldada…
¿Cómo puede ser saldada una deuda que se paga en moneda de sangre? Pues la lógica elemental nos dice, que alguien más tuvo que pagar esa sangre para que nosotros tuviéramos libertad: “anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz”.
Jesús pagó con su propia vida, toda la deuda que usted y yo habíamos adquirido, El fue al Banco e hizo el depósito a nombre suyo. No estaba obligado a hacerlo, simplemente lo hizo porque nos ama y quería fuéramos libres.
No se usted, pero después de entender esta verdad espiritual, he desarrollado dos buenos hábitos:
1. Hago mis pagos en efectivo
2. Doy gracias a Dios que por la obra de su Hijo en la cruz, ya no soy más un deudor.
¡Cuánta gracia y misericordia nos ha dado Dios!