miércoles, 2 de noviembre de 2011

Dar de Gracia

Hace unos días una persona muy generosa me regaló una caja llena de deliciosos chocolates. Tengo que confesar que nunca he sido muy disciplinado cuando se trata de comerlos. Se lo explicaré de esta forma: Si alguien me regala una caja de chocolates, hay una altísima probabilidad que me los coma todos y termine con un terrible dolor de estomago al final del día. Cuando hablo de la ley de probabilidades, me refiero a que la caja de chocolates no tiene oportunidad de sobrevivir el día. Créame cuando le digo que mentalmente mi intención es comerme solamente un chocolate después de almuerzo, pero a la hora de la verdad me encontraré con una caja vacía, un dolor de estomago y un terrible remordimiento de conciencia.

Sin embargo estará orgulloso de mí al enterarse que en esta ocasión no devoré la caja de chocolates. Me paré derecho, me mantuve firme y le dije a los chocolates: “No te comeré”.
La cuestión ahora es ¿Qué hacer con una caja de chocolates llena? Pues usted verá, la cuestión con los chocolates y con casi todas las cosas que hemos recibido gratuitamente es que solemos atragantarnos con ellas, sin considerar que tal vez podamos compartirlas con alguien más. Cuando recibimos algún regalo, por simple definición entendemos que ese regalo no representó un costo para nosotros, alguien más pago el precio por aquello que hoy nosotros disfrutamos. Pero en ocasiones somos más avaros con aquello que nos regalan que con lo que nos ha costado, pues quizás de cierta forma llegamos a pensar, que aunque no pagamos por ello en realidad merecíamos que nos lo obsequiaran.

Pareciera que con el caso de los chocolates cierta luz de entendimiento llego a mi cabeza; y en lugar de comerme todos los chocolates y lidiar con el postrer dolor de estomago, decidí hacer lo mismo que hicieron conmigo y regalar de uno en uno a diferentes personas lo que de regalo yo recibí. El experimento fue bastante exitoso si me pregunta, a la vez que educativo. Un empleado de seguridad que trabaja en el mismo edificio que yo, fue el primer beneficiado de mi nueva forma de pensar. Este hombre estaba trabajando antes que yo llegara a mi oficina y al salir de mi jornada, él continuaba laborando. ¿Por qué no regalarle un dulce? Una funcionaria en una caseta de peaje en la autopista, el cajero de un supermercado, mi esposa y hasta el perro de la casa; todos recibieron un poco de aquello que yo también recibí. Al final del día disfruté al igual que todos mis convidados del mismo regalo, y obtuve un sentimiento de satisfacción en lugar de un dolor de estomago. Un muy buen negocio si me pregunta.

Le comparto mi experiencia, pues pienso que lo mismo debemos de hacer cuando se trata de Dios. Hemos recibido de Él un grandioso regalo como lo es la salvación, nos ha bendecido con su palabra, promesas y misericordias nuevas cada mañana, pero de alguna forma hemos llegado a convencernos que aunque esto no nos costó nada, nosotros merecemos estas bendiciones. Lo cierto de esto es que se nos olvida que fue otro quien pagó el precio, para que nosotros podamos disfrutar de ello gratuitamente. Y Dios espera de nosotros que lo compartamos, no que lo guardemos solo para nuestro beneficio. En muchas ocasiones he visto el apetito insaciable de los cristianos por las bendiciones de Dios, de continuo están preguntándose: ¿Cómo se aplica esto o aquello a mi vida?  ¿Qué provecho puedo sacar de esto? o ¿Qué más puede darme Dios? Primero yo, después yo y si queda algo al final… también yo. Nos consume el egoísmo espiritual, continuamente buscando engordar más con las bendiciones de Dios, en lugar de compartirlas con los pobres; miserables y desventurados espirituales que tenemos en abundancia en el mundo.

La palabra gracia significa regalo o favor inmerecido. Dios nos ha dado de su gracia para que nosotros la compartamos con el mundo. Cuando piense en las bendiciones de Dios para su vida, imagine por un momento la caja de chocolates. Si compartes lo que recibiste, muestras más gratitud a Dios que si te atragantas con ellas.

“…de gracia recibisteis, dad de gracia.”
Mateo 10:8b