En ocasiones pienso que el mundo se ha vuelto tan digital, que algunas cosas se han perdido. Por ejemplo ya no recuerdo cuando fue la última vez que escribí una carta a mano. El avance de las computadoras, celulares y dispositivos electrónicos hacen que hayamos olvidado, que hasta hace unos años, necesitábamos de bolígrafos y hojas de papel, para hacer cartas y enviar mensajes. Hoy en día no podríamos concebir nuestra existencia, sin el correo electrónico o los mensajes de texto por tecnología móvil. Y aunque estoy de acuerdo en que la tecnología hace todo más fácil, a veces se nos olvida que también podíamos hacer uso de la tinta y el papel como medios de comunicación.
No es que todos los cambios sean malos, de hecho estoy totalmente a favor del progreso tecnológico (seria contradictorio criticar la tecnología y al mismo tiempo estar haciendo uso de ella, para hacer llegar este mensaje). Simplemente creo que los cambios tecnológicos son un buen ejemplo de cómo la sociedad actual reemplaza ciertas prácticas por otras, y finalmente logra que las nuevas prácticas lleguen a ser parte de nuestro día a día. Lo cierto de esto es que el mundo ha cambiado de tal forma, que algunas cosas que antes nos eran comunes han quedado tanto en el pasado, que el volver a hacerlas puede resultar incluso extraño. Aplicando este ejemplo a otros contextos, deberíamos preguntarnos: ¿A qué cosas renunciamos, o decidimos olvidar cuando el mundo cambió a nuestro alrededor?
“Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma…”
Jeremías 6:16
Al igual que con algunas costumbres perdidas, muchos de nosotros hemos decidido voluntariamente, olvidar ciertas cosas con que fuimos enseñados. El mundo ha cambiado tan rápido que nos hemos adaptado a su nueva forma de hacer las cosas. Es algo similar al juego de “Simón dice”; El mundo dijo: “miente”, y nosotros dijimos: “de acuerdo”. El mundo dijo: “roba”, y nosotros dijimos: “¿Por qué no?”. El mundo dijo: “bebe, goza y disfruta de la vida sin medir consecuencias”; y nosotros dijimos: “Me parece bien”. Decidimos entrar en ese juego y hoy nos preguntamos: ¿Qué sucedió con esta sociedad que perdió el rumbo y se degrada a si misma?
Tal vez ha llegado el momento en que nos preguntemos: ¿Cuáles fueron esas sendas antiguas en las que alguna vez transitamos? ¿Cuáles fueron esas reglas morales que en algún momento nuestros antepasados creyeron, y que hoy nosotros hemos decidido olvidar? Tal vez el mundo nos hizo creer que debíamos evolucionar como sociedad, que las normas morales y éticas pertenecían a una forma de pensar retrograda y del pasado, o tal vez simplemente hemos olvidado el consejo y hemos querido hacer las cosas a nuestro propio parecer. Ahora bien, si ya nos hemos conformado o hemos decidimos hacerlo de esta forma, tenemos que hacer un análisis y determinar si realmente somos felices viviendo así. ¿Esta sociedad nos da la sensación que realmente sabe hacia donde se dirige? ¿Este camino que me señala el mundo es realmente por donde quiero ir?
Como iglesia debemos entender cual es nuestro papel como luz de este mundo, la iglesia debe señalar la dirección y alumbrar el camino. Nuestro papel dentro de esta sociedad es activo y reactivo. Como iglesia tenemos un criterio que dar frente a los temas sociales de hoy, un criterio que le indique a la gente, que la forma de pensar que el mundo intenta implantar, no es precisamente la senda por la que Dios le ha mandado al ser humano transitar. La iglesia no es solamente un ente participativo en las discusiones de actualidad, sino que tenemos en nuestras manos el conocimiento de la palabra de Dios, la cual es la norma ética y moral para el comportamiento humano más poderosa e infalible que conoce la sociedad. Aún podemos señalar el camino, denunciar el pecado y llamar al arrepentimiento. Aún podemos enrumbar los corazones para que escojan la senda estrecha, no es el más popular de los caminos pero sin lugar a dudas es el correcto.