¿Alguna vez ha tratado de hacer ejercicio después de un largo tiempo de inactividad? Motivado por el deseo de una mejor vida, bajar algunos quilos, liberarse del estrés o salir del sedentarismo. Pues si lo ha intentado, sabrá que no es fácil reiniciar con algo que hace tiempo ha dejado de hacer. El cuerpo se vuelve holgazán y quejumbroso. Y la nueva rutina de ejercicio se vuelve dolorosa. En ocasiones una completa tortura.
En mi caso particular hace unos días que volví a correr, después de unos cinco años de televisión, comida chatarra y vida sedentaria; se imaginará que reiniciar la rutina de ejercicio fue más doloroso que dormir sobre una cama de clavos. La mente desea continuar la marcha, pero el cuerpo esta en huelga.
Es en este punto cuando nos sentimos realmente mal por nuestro pésimo nivel de condición física. Y es que se nos hace todo mas difícil, porque hemos dejado de lado la disciplina de entrenarnos y acondicionarnos físicamente.
La mayoría de las personas son poco disciplinadas para algo en especifico, ya sea hacer deporte, estudiar, trabajar; sin embargo he descubierto que para lo que más somos perezosos es para las cosas de Dios. Así pues, estudiar la Biblia, orar o asistir a la iglesia resulta para muchos; más cansado que mi intento mal logrado de volver a correr.
“¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.”
1 Corintios 9:24-25
El apóstol Pablo en su carta a los Corintios, está utilizando la figura de un atleta que se entrena para ganar la carrera. Imagine un atleta olímpico que descuida su dieta, su cuerpo y su entrenamiento. Sencillamente se vería como yo tratando de correr unos cuantos metros. Sería el hazme reír de la justa olímpica. Así como es absurdo imaginar a un atleta que desea la victoria, y que no se discipline para alcanzarla; de la misma forma es absurdo que una persona profese ser cristiano; y que no se esfuerce por ser uno victorioso.
Cuando intenté volver a correr, me cansaba y me detenía. Me daba un dolor en el muslo y hacia una pausa. Me daba sed y me sentaba a tomar agua. Reiniciaba y el calor me agotaba. Sencillamente no estaba preparado y no me estaba esforzando en hacerlo, le daba gusto a la holgazanería de mi cuerpo. Lo mismo nos sucede cuando tratamos de buscar de Dios. Vamos a estudiar su palabra y nos distraemos frente al televisor. Hacemos el intento de orar y nos gana el sueño. Tratamos de ir a la iglesia, pero es domingo y resulta más placentero no hacer nada. Lo cierto es que no nos esforzamos lo suficiente, pues somos indisciplinados espiritualmente hablando.
No puedes conocer a Dios si no hablas con El. No puedes escuchar a Dios si no lees su palabra. No puedes pretender ser victorioso espiritualmente si no te entrenas para serlo. Llegará entonces el día en que todos te superaran y las circunstancias te vencerán. Porque cuando debías entrenar has estado desperdiciando el tiempo. Para ser un buen cristiano hay que esforzarse y disciplinarse para serlo.
El día de mañana, a pesar de lo dolorido que está mi cuerpo, volveré a entrenar, aunque el cuerpo se queja ahora, más adelante me lo agradecerá. ¿Qué dice? ¿Cree que espiritualmente podrá hacerlo también? Sé que al principio cuesta, puede que sacar unos minutos para orar y leer la Biblia le resulte cansado y hasta aburrido, pero no hay esfuerzo que más adelante no vaya a ser recompensado. La victoria es para los que trabajan por ella. ¡Animo, Dios sabe que usted puede!