Recuerdo cuando tenía seis años, el grupo de reuniones cristianas donde asistía con mi familia, organizaban con motivo de las celebraciones de navidad, un intercambio de regalos.
Todos sabemos lo que son este tipo de actividades, alguno de los participantes se va ha olvidar de comprar el regalo a tiempo; y un pobre infeliz será el desfavorecido de recibir un mísero par de calcetines de regalo, comprados de última hora en el supermercado. Pues resulta que yo siempre era ese pobre infeliz. Así pues, con motivo de este tipo de actividades de intercambio de regalos, mi armario estaba más lleno de calcetines, que de juguetes.
No podría describirle la indignación y frustración que resultaba, en un niño de seis años, ser aquel de quien siempre se olvidaban. Todos los niños recibían hermosos juguetes que se disponían a disfrutar en cuanto destrozaban la envoltura, mientras yo me quedaba sentado en una banca, sosteniendo mis lagrimas por un lado y mis nuevos calcetines por otro.
“…mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.”
Romanos 6:23
La palabra dádiva es un vocablo fascinante, pues significa “regalo desinteresado”. Me resulta casi increíble pensar que Dios quisiera compartir, el regalo de su existencia eterna con alguien como yo. Y mejor aun, que pensara darnos tan extraordinario regalo de forma desinteresada. No es que Dios creyera que podíamos pagarle este regalo, o que lo mereciéramos; simplemente El muestra su esplendida generosidad por ser quien es. Normalmente cuando usted tiene la expectativa de recibir un regalo, espera algo que resulte especial; y en asuntos de regalos, es tan importante lo que se regala como quién lo regala. Así pues, cuando se alinean las expectativas de lo que se espera con lo que se recibe, el resultado dista mucho de ser un par de calcetines en una bolsa de supermercado.
De la misma forma sucede con Dios, su regalo para la humanidad fue esplendido. Un enorme paquete de vida eterna, que solo puede ser regalado por aquel quien originó la vida en un principio. Lo increíble de esto es, que aun con todo y la magnificencia de la dádiva divina, muchos dejan de lado el obsequio, olvidando que este regalo lleva en la etiqueta su nombre. Tal vez esto se debe a que muchas personas han recibido tantos calcetines en la vida, que cuando tienen la oportunidad de gustar de un buen regalo, simplemente se quedan sentados en una banca apretando los puños y sosteniendo el llanto.
Y es que la vida es extraordinariamente efectiva para regalarnos calcetines. Todos hemos recibido la frustración e indignación, que suele regalar la vida cuando Dios no esta en ella. Llanto, sufrimiento, dolor y vergüenza. ¡Vaya cuadrilla de la muerte! ¡Vaya montón de bofetadas que nos regala el mundo! Sencillamente la vida sin Dios es demasiado implacable, demasiado tacaña. Demasiadas decepciones en forma de calcetines.
Algo que me ha reconfortado muchísimo, después de ser un pobre olvidado en los intercambios de regalos, es saber que aunque muchos rechazan el enorme regalo de salvación de Dios, este sigue estando ahí, disponible para aquellos que siempre fuimos olvidados. No es que yo, o cualquier otro lo mereciéramos, pero un día Jesús estaba en la puerta con un gran obsequio. Quizás después de ver el gran fracaso que era nuestra vida nos miró; una de tantas veces que nos quedamos sentados solitariamente en una banca; sosteniendo nuestra indignación y frustraciones; y decidió que era tiempo que recibiéramos algo que borrara nuestra lagrimas y pusiera de nuevo una sonrisa en el rostro.
Resulta que un día recibí algo más que calcetines. Resulta que no era un pobre infeliz después de todo. “El regalo de Dios «para todos los olvidados e infelices que hay en el mundo» es vida eterna en Cristo Jesús” (Cursivas añadidas) ¡Que grande amor mostró Dios! Y tú, no te quedes sin recibir este regalo…