Por martillar mal un clavo se perdió la herradura, por perder la herradura falló el caballo, por fallar el caballo no llego el mensaje, por no llegar el mensaje se perdió la guerra.
El policía negligente, el deportista holgazán, el político corrupto, el taxista imprudente. Todos ellos tienen algo en común: desempeñan sus labores con displicencia.
Sin ánimo de ser un crítico social, se han preguntado alguna vez; la cantidad de labores que se desempeñan pobre e ineficientemente. Algunas veces por falta de vocación, otras por falta de interés y pasión en lo que se hace. Muchos otros realizan sus labores solamente pensando en cumplir lo encomendado, para la retribucion de un salario. También observamos al que hace las cosas solo por ordenanza. No hay motivación ni sentido analítico al realizar las cosas. Pocos se preguntan por qué se hace, si puede ser mejorado o si puede hacerse algo más al respecto.
Lo cierto del caso es que vivimos en una sociedad, donde muchos se han conformado con la mediocridad. La responsabilidad, la ética y el amor por el quehacer; cada día se van extinguiendo
Y esa mediocridad no puede ser aislada, simplemente lo que hacemos mal hoy, tiene una repercusión mañana.
Ahora bien, los problemas sociales, más que un asunto de gobernabilidad son un aspecto cultural. ¿Quién puede gobernar a un pueblo que se ha conformado con la mediocridad? Nuestra posición frente a esta problemática es la siguiente: las cosas están mal, pero, que otro las solucione por mí. ¿Dónde queda nuestra responsabilidad en todo esto?
“Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.”
Colosenses 3:23-24
No somos el resultado de un esfuerzo aislado, por tanto no podemos pretender alcanzar un bienestar común de manera aislada. Cada persona juega un rol dentro de la funcionalidad social, de tal forma que todas sus acciones tienen repercusiones, para bien o para mal. Nadie es indispensable, pero si todos somos importantes. Y es que nuestro trabajo forma parte de una cadena de acontecimientos que juntos conllevan a un propósito.
No podemos alcanzar el éxito común, si antes no hemos transformado la mentalidad del individuo. Y esa transformación llega a través de la conciencia, que lo realizado por cada uno, tiene mucha importancia para la colectividad, sin importar lo minúsculo que pueda parecer. Eso sí, para que esa labor cotidiana que realizamos sea exitosamente ejecutada, es indispensable aprender a desempeñarse con excelencia.
La excelencia implica entre muchas otras cosas, dar lo mejor de sí, con lo mejor que tengo disponible para dar. No es que Dios pida un sacrificio sobre humano para considerarlo excelente, sino hacer lo que esté a nuestro alcance hacer, de todo corazón
Si cada uno de nosotros realiza sus labores con pasión, responsabilidad y ética; podremos corregir los errores que nos han estado castigando como nación. El poder de uno está en hacer lo que nos corresponde, con diligencia, intentando con nuestras acciones, agradar a Dios y no al hombre.
Para el hombre que ama a Dios, Él es su única inspiración para la excelencia. Busquemos pues hacer todo con excelencia, validando así el testimonio que damos acerca de Él, con nuestro trabajo diario y aportando así para el mejoramiento de la sociedad. El cambio empieza por nosotros mismos. El poder de uno empieza cuando nos disponemos a ser ese agente de cambio. Un cambio que busca servir a Dios.
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