Hay un joven que dice no necesitar a Dios. No lo dice con sus palabras, lo dice con sus acciones. Este joven es apuesto, inteligente, tiene un buen trabajo y una buena familia. Tiene dinero y muchos bienes materiales, nunca le falta la compañía de amigos y mujeres. Disfruta celebrando la vida a cada momento. Su vida es una montaña de emociones y deleites personales. Cualquier día de la semana es una oportunidad para salir a celebrar. No se detiene a pensar en la muerte, pues se siente tan lleno de vida; que considera la muerte como un evento demasiado lejano.
En la lista de prioridades de este joven no figura Dios. Figuran muchas otras cosas, tales como: Dinero; placer; éxito; familia y amor. Pero nunca ha considerado a Dios en ninguna de ellas.
Aunque el joven parece tenerlo todo, en su vida hay un faltante. No es que la felicidad y la alegría por la vida estén mal. No es que el tener posesiones, éxito y amistades sea un error. El problema de este joven, es que no puede ver a Dios en su vida tan llena de bendiciones. Ha dedicado tanto tiempo y tanto esfuerzo a su propio deleite, que se ha olvidado completamente que hay un Dios que sostiene su vida. Nunca ha visto la necesidad de considerar a Dios en sus planes. Ha elegido una vida que no lo podrá saciar jamás. Sin saberlo, ha caído en una trampa que consume sus años, ocultándole que hay un Dios que lo creó para un propósito más elevado que la autocomplacencia. Su vida es vana y su propósito hueco. Todas las noches se acuesta seguro que habrá un mañana, y que el sol del nuevo día le traerá nuevas emociones y placeres, pero este joven no sabe si Dios le concederá otro día; si sus ojos conocerán el mañana ¿Quién podrá hacerlo entender? ¿Quién podrá decirle a este joven que su vida puede ser mejor?
“También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho.
Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos?
Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate.
Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?
Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios. “
Lucas 12:16-21
Hay personas que hacen planes en su vida dejando de lado a Dios. Muchos rigen su vida a su propio parecer, siempre buscando la autocomplacencia.
Vivimos en una sociedad que incita a la búsqueda del placer y la satisfacción por las posesiones materiales. A pesar de esto, el placer y las riquezas no son aspectos negativos en sí mismos, sin embargo cuando el ser humano desea y persigue los mismos como propósito de vida, desvirtúa por completo su propia naturaleza.
Dios ha puesto todas las cosas para el deleite y aprovechamiento del hombre, pero, si el hombre ve en esas cosas lo único que puede saciarlo; pervierte el propósito de su creación y menosprecia a Dios como única fuente capaz de satisfacerlo.
El orden lógico de las cosas es que el hombre construya sus planes considerando a Dios en todo lo que emprenda, pues es por voluntad de Dios que las cosas que realizamos pueden satisfacernos. Todo aquello que alcanzamos con nuestros propios esfuerzos, si no es bajo la voluntad de Dios, no puede satisfacernos o hacernos felices y no puede llevarnos a un buen final.
Debemos aprender a poner todos nuestros proyectos y todos nuestros deseos en las manos de Dios, para que sea Él quien nos otorgue todo lo que puede saciar nuestras necesidades.
Reconocer a Dios en nuestros proyectos implica no solamente la solicitud de intervención divina, sino también la rendición de la voluntad propia ante la voluntad de Él.
Por último, ningún ser humano puede conocer que le reparará el futuro. Nadie puede dar por seguro el día que no ha llegado. Dios es dueño tanto del hoy como del mañana. Solo El sabe que nos acontecerá. Por tanto, demos gracias a Dios por las bendiciones que nos regala hoy. Y pongamos el mañana en sus manos, sabiendo que El tiene cuidado de nosotros.
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