martes, 14 de septiembre de 2010

Cumple tus propósitos

Cuando pienso en la vida de Jesús, puedo ver muchas cosas. Veo sus actos milagrosos, sus palabras; veo como trató a las personas; veo sus padecimientos, su muerte y resurrección. Trato de verlo a Él de cerca y cuando lo hago, veo tantas cosas que con su vida y ejemplo nos dejó.
Hay un aspecto que me impresiona muchísimo de Jesús, y es lo mucho que estaba comprometido con su propósito. Él vivía su vida con pasión por este motivo. Desde su nacimiento hasta su resurrección, tenía un propósito y nada pudo apartarlo de él. Jesús vivió enfocado en una meta y todo lo que hacía en su vida, lo preparaba y lo acercaba a ese propósito superior al cual servía. Particularmente esto me parece asombroso y a la vez motivante para todos nosotros.
Note a Jesús a sus doce años en el templo de Jerusalén:  
“¿Por qué me buscáis? ¿No sabéis que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?”
Lucas 2:49
Ahora observe a Jesús a sus treinta y tres años, cercano el tiempo de su muerte:
“Padre, yo te he glorificado en la tierra; he acabo la obra que me diste que hiciese”
Juan 17:4
Jesús sabía que tenía un trabajo por hacer, vino a este mundo por una razón; con un propósito y a sus treinta y tres años sabía que lo había cumplido. Sus palabras así lo demuestran: “… he acabado la obra que me diste que hiciese”.
Se dice que Jesús cumplió desde su nacimiento hasta su resurrección más de trescientas profecías previamente dichas de Él. Y haciendo una rápida vista de su vida vemos que todo lo que se propuso hacer, eso mismo hizo. Nada lo pudo distraer de su propósito. Ni las tentaciones, ni la oposición de los líderes religiosos de la época, nada pudo influir en Él de tal forma que abandonara su propósito (¡vaya que debemos estar agradecidos por eso!).

Ahora bien, Jesús nos enseña con su vida, a llevar a cabo nuestros propósitos. ¿Te has planteado algún propósito en la vida?
Personalmente creo que hay un obstáculo enorme, que nos limita a iniciar con la realización de nuestros propósitos y esto es la “aceptación”. Aceptamos nuestra vida aunque haya cosas que no nos gusten. Justificamos esto pensando, que esta es la vida que nos tocó vivir y por tanto debemos aceptarla. ¿Cómo puede ser que esto no nos incomode? ¿Cómo puede un ser humano nacer, educarse, tener familia, envejecer y morir sin haberse preguntado nunca el para qué? Sin preguntarse jamás: ¿Para qué estoy aquí? La vida esta llena de personas que vivieron sin un propósito y murieron sin dejar su huella. ¿Acaso hay alguien que lo cuestione? Pareciera que el más grande de los engaños en que ha caído el ser humano, no es quedarse sin respuestas, sino perder las preguntas.
Nos conformamos con la monótona rutina, cinco días de trabajo y un fin de semana. Comer, dormir, trabajar y volverlo a repetir al día siguiente. Puede que todo eso este bien, pero en realidad la pregunta que nos consume por dentro es: ¿Es esta la razón por la que nací? La aceptación dice: “Mi vida no está tan mal”. Dios dice: vive a plenitud.

Si bien es cierto, hay un propósito de vida que debemos descubrir y realizar, quiero aprovechar esta oportunidad y animarte, ha que lleves a cabo todo lo que te propongas. La vida se compone de objetivos personales que nos esforzamos por cumplir, pero algunas veces los postergamos, o peor aún, los abandonamos. No dejes puertas abiertas en el camino, puede que la vida te obligue a regresar y completar todo aquello, que por negligencia no finalizaste. No tengas cuentas pendientes contigo mismo. Es triste llegar a la vejez y decir: “Pude haber hecho esto y no lo hice”. Traza tus metas, planifica para alcanzarlas y conquístalas.  

Más que nunca creo necesario, predicar de la importancia de perseguir nuestros propósitos, sigamos el ejemplo de Jesús. Mentalizado, orientado hacia su meta, tuvo un norte claro, apartándose de toda distracción, se enfocó en la consecución de su propósito.
También toma un tiempo para cuestionarte, cuantas veces sea necesario: ¿Para qué estoy aquí? Solo podemos vivir una vida, no pasemos desapercibidos, sería un verdadero desperdicio de capacidades y oportunidades.
Mira la expresión del apóstol Pablo al final de sus días:
“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera…”
2Timoteo 4:7
Llega a la recta final de tu vida con una sonrisa en tus labios; que puedas decir de ti mismo: ¡Labor cumplida!

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