lunes, 28 de febrero de 2011

Un joven que lo tenía casi todo

Hace unos días tuve la oportunidad de conocer la marina del hotel Marriot los Sueños, en playa herradura. No piense que me hospedé en ese lugar, alguien de mi humilde condición no podría costearlo, pero sentí curiosidad de conocer el lugar y mirar de cerca los yates atracados a lo largo de la marina. Como se imaginará el lugar es impresionante. Hermosos jardines, elegantes fuentes de agua y ostentosas residencias para los muy privilegiados dueños; y por supuesto los yates para los millonarios del mundo. Desde luego que yo estaba fuera de lugar, pero igual me quedé a echar un vistazo, al menos eso es algo por lo que no me pueden cobrar.

Es fácil sentir atracción por las riquezas, sería un hipócrita el que diga que el lujo no es atractivo, pero entre todo ese oro que brilla y deslumbra; entre las chequeras gruesas y las cuentas bancarias infladas, hay una pregunta que debes hacerte: ¿En dónde está puesto mi corazón?

Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz. Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.”
Marcos 10:21-22
El pasaje citado de Marcos es ampliamente conocido por muchos como la historia del “Joven Rico”. Nos dice la Biblia que un joven se acerca a Jesús pues desea heredar la vida eterna. Llama la atención que el chico utilice la palabra “heredar”, parece que a los muchachos siempre les ha interesado la idea de tener mucho e invertir poco, y dado que era rico, estaría muy interesado en algo tan preciado como la vida eterna, una especie de oferta en el mercado pensó el joven. Pobre chico, Jesús le pidió, lo único que él no estaba dispuesto a dar. ¡Que mal me fue al regatear! Debió pensar el chico,  pues al final el muchacho no acepta el trato que le plantea Jesús: “¿Así que estas interesado en salvarte? Pues vende tu yate, tu residencia en la playa, y sígueme…” El joven dio media vuelta, apretó los dientes, tragó profundo y se fue: “No gracias, ni que me faltara un tornillo”, debió pensar el acaudalado muchacho.

Es importante explicar en este punto, que la Biblia, ni Dios están en contra de las riquezas. Si alguien algún día le dice lo contrario, le digo de todo corazón que esa persona se equivoca. Pues en la Palabra de Dios encontramos a muchos personajes que fueron inmensamente ricos, solo que la característica en común que todos ellos tenían, era que su corazón estaba puesto en Dios y no en las cosas que poseían. Y es que a Dios no le interesa su dinero, El está interesado en su corazón. ¿Cómo lo sé? Fíjese en lo que hizo Jesús antes de responderle al joven rico:

“Entonces Jesús, mirando al joven, le amo y le dijo: Una cosa te falta: anda vende todo lo que tienes…”
Marcos 10:21
Jesús amó al joven rico. Es cierto que el muchacho tenía problemas, es cierto que le interesaba el dinero y las posesiones, pero aun así Jesús le amó, porque miraba su corazón.
El problema de la historia es que el joven no le amaba igual. Su corazón le pertenecía a otro dios. Un dios hecho de oro, que deslumbra y que atrae, pero nos encadena los pies a este mundo. Nada de lo que atesoremos en vida, nos lo podremos llevar al final de nuestros días. Las riquezas son un dios algo incompetente a la hora de preservar la vida en términos de “eternidad”.

Finalmente la Biblia nos dice que el muchacho se alejó de Jesús triste, y es que tenía razones para sentirse triste, pues no hay nada más triste que darle la espalda a Jesús. Cada paso que daba el muchacho a partir de ese momento, lo daba alejándose del Maestro, quizás para no volver jamás.

No deje que las riquezas lo alejen de Jesús. Al final de su vida, no podrá abrazar su chequera, pero si elige correctamente, podrá abrazarlo a Él y ese momento será más rico de lo que jamás podría ser.

lunes, 21 de febrero de 2011

Cuando sube la marea

El día de ayer pase un buen tiempo en la playa. Usted sabe de lo que hablo. Nada que hacer más que escuchar el relajante sonido de las olas, hermoso cielo despejado, sol abrazador, sal y arena hasta en las encías.
El reloj parece detenerse en la playa, al tiempo que podemos relajarnos y dejar de lado todo lo que nos espera en la ciudad. Unos refrescos, fruta fresca, lentes de sol, un buen libro y ese esquicito olor a sal y arena, son suficientes para pasar un gran día.
Como no hay mucho que hacer más que relajarse, decidí y a ver el vaivén del mar, sentado en un enorme y viejo tronco de árbol, que estaba encallado en la arena. ¿Cómo fue a parar este enorme tronco en este lugar? ¿De dónde habrá venido? Seguramente estará en esta playa por siempre pensé, pues muchos hombres, con gran esfuerzo, no podrían moverlo más de unos cuantos metros. ¡Este enorme y viejo tronco es inconmovible! Pensé.

“Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.”
1 Corintios 10:12
A veces miro mi vida cristiana y he querido felicitarme a mí mismo por mi gran labor. ¡Que gran ministro eres! He llegado a pensar. ¡Eres inconmovible! ¡Vaya que he llegado a estar mal ubicado con respecto a mi mismo! Unos cuantos títulos académicos en teología, varios años de ser cristiano y algún tiempo de servir al Señor y ya nos estamos creyendo el próximo apóstol Pablo. Lo cierto del caso, es que cuanto más firme e inconmovible he creído estar, más duro ha sido el golpe cuando he caído. Y cuando he caído Dios me ha hecho ver, algo que no es precisamente descubrir el agua tibia: “Nadie es a prueba de fallos”.

Todos los días nos es necesario recordar que es por el sacrificio de Jesús en la cruz, que tenemos la victoria, y es en Él y en sus fuerzas que podemos permanecer. Es Él quien es inconmovible, es Él quien tiene la fuerza para permanecer y es en sus fuerzas que podemos vencer, a un mundo que nos incita a pecar y a desviarnos del buen camino. Todos los días somos puestos a pruebas y todos los días fallamos cientos de veces; y aun así, de Él recibimos no solo la fuerza sino también el perdón, para seguir adelante. ¿Qué sería de nosotros si no fuera por Él? ¿Qué sería de mi si no fuera por su amor y misericordia? Seriamos como un moribundo, herido y golpeado que desfallece en el suelo. ¿A dónde quedaría nuestro orgullo? ¿Dónde yacería nuestro estatus de inconmovibles?

A propósito de inconmovibles, debería haber visto que le pasó al enorme tronco en la playa cuando subió la marea.  Las grandes e impetuosas olas golpearon cada vez más fuerte y con más apremio al inconmovible. Fue arrastrado, golpeado y llevado de un lado a otro por una fuerza más poderosa que él. Pensé que ese viejo tronco estaría en esa playa por siempre, pero el mar prevaleció sobre él y con asombro pude ver como ese enorme y pesado tronco fue llevado por las aguas y no se le vio más.

Resulta que no eres inconmovible arrogante tronco, pensé, “Ni tu tampoco” me dijo Dios… ¡Vaya que Dios nos enseña cuando habla!

Cuando la prueba viene como un mar embravecido, y la tentación golpea como las olas del mar a este viejo tronco, no hay quien pueda permanecer en pie, pero aquel que tenga sus pies sobre la roca inconmovible que es Cristo; subirán las aguas y golpearan los vientos y permanecerá firme, pues ha puesto su confianza en aquel que no pasará jamás.

Querido lector, si cree estar firme, le recomiendo que se examine, no sea que la prueba venga como la mar cuando sube y no pueda usted permanecer. Y si es que el oleaje le esta golpeando ya, busque refugio en Él, pues por algo le llaman “La roca fuerte”.

lunes, 14 de febrero de 2011

El viejo vecindario

En el año 2003, dado una situación de crisis económica, mi familia se vio obligada a vender la casa que fue nuestro hogar durante veinte años. Todo lo que para nosotros era familiar como el vecindario, los amigos, o el que atiende el supermercado; todo eso daría un giro completo en nuestras vidas y las cambiaria para siempre. 

Recientemente volví al antiguo vecindario, y quise caminar un buen rato recordando mi niñez y mi adolescencia, en ese lugar que llamaba hogar. ¡Es asombroso como cambian las cosas! Todo se ve un poco más viejo. Muchas paredes han sido decoradas con grafitis, que algunos llaman “arte urbano”. La casa que antes llamabas hogar, ya no se ve como tal. Muchos de los rostros familiares, que antes veías todos los días ya no están. Algunos te miran y no te reconocen, otros ya ni siquiera te miran, pues se acostumbraron a que ya no fueras parte de su entorno.  La casa de tu mejor amigo se ve vacía, la del vecino se ve oscura y la de aquel compañero de juegos de infancia, ya no es más una casa, sino una tienda de artículos chinos. La banca en el parque sigue ahí, con un poco de mugre; moho y más “arte urbano”. Es en ese punto donde te preguntas ¿Qué paso con este lugar? ¿Por qué ya no se ve como mi hogar?

Después de meditar un poco sobre esto, me di cuenta que la vida del cristiano es algo similar a dejar el viejo vecindario. Una vez que llegas a Cristo y le conoces, y empiezas a obedecerle, abandonas todo por seguirle, es como mudarse de vecindario. Cambias tu domicilio del mundo a los cielos.

“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo”
Filipenses 3:20
Cuando has cambiado de domicilio espiritual, y das una mirada al lugar que antes llamabas hogar, puedes apreciar las cosas con una perspectiva diferente. Los que antes eran tus amigos, ya no lo son más. Te ven de forma diferente o incluso te ignoran, pues ahora vives en un vecindario diferente, ahora tu nombre es “cristiano”. Lo que antes disfrutabas hacer en el mundo, ya no lo disfrutas. El mundo ya no te recibe como a un amigo, ya no eres mas parte de él, así que no te va a dar la bienvenida. Nadie te saluda, nadie te reconoce, nadie te aprecia. 
El vecino te mira y dice: “Ese chico se parece a aquel joven que vivía cerca de nosotros, pero no puede ser él, pues ese joven era mal educado, escandaloso, desordenado, imprudente e irrespetuoso; en cambio este joven que ahora veo es todo lo contrario”

Antes de Cristo, teníamos todas las credenciales de verdaderos ciudadanos  mundanos. Todas las costumbres del mundo eran nuestras, nos apropiábamos de ellas y las hacíamos parte de nuestra vida.
El “arte urbano” nos parecía hermoso, la banca mugrienta del parque nos parecía cómoda, en fin todo lo del mundo nos parecía nuestro hogar y esto era porque el vecindario “del mundo” nos había moldeado a su cultura. Pero entonces vino Jesús y nos toco el corazón y no dijo: como le dijo a Abraham:

“Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.”
Génesis 12: 1-2
Desde que Jesús nos llamó, la vida del mundo ya no nos parece más un hogar, un lugar para permanecer, sino que como dijo el apóstol Pablo: “Pero cuantas cosas eran para mi ganancia, las he estimado por perdida por amor de Cristo”.

Conocer a Jesús es decirle adiós al mundo y a nuestra antigua forma de vivir. Le invito a decirle adiós al vecindario. Jesús le quiere llevar a un lugar mejor…

lunes, 7 de febrero de 2011

Cuando la vida te golpea

Si hay una historia bíblica que lograr conmoverme, es la historia de José.
Unos lo han llamado el príncipe de los sueños, dado el don especial que Dios le había otorgado, para entenderlos e interpretarlos. Otros lo han llamado el príncipe de Egipto, en alusión al cargo de dignidad que llegó a ostentar, como gobernador de toda la tierra de Egipto. Sin embargo, cuando yo leo su historia, veo algo más que solo gloria y exaltación. Y es que pocos recuerdan todo lo que José tuvo que pasar; todo lo que tuvo que sufrir, para recibir de Dios su postrera exaltación.

Desde el capítulo treinta y siete del libro del Génesis, la Biblia nos relata la vida de José. Este joven de tan solo diecisiete años, era aborrecido por sus hermanos, a causa de la predilección de su padre Jacob. Odio que culminara en la venta de José, a unos mercaderes madianitas por parte de sus hermanos. Una vez en Egipto fue vendido a Potifar, quien era un oficial de la guardia del Faraón. Cuando las cosas estaban yendo un poco mejor para José; y su amo lo había puesto a gobernar todo cuanto tenía; la mujer de Potifar trata de seducirlo, y al no ceder José a sus pretensiones, es acusado falsamente por la mujer de su amo de tratar de ultrajarla. Así pues, José es puesto en la cárcel, donde permaneció cerca de trece años. Si en tiempos de José hubiera existido la psiquiatría, habría sido un caso interesante por tratar: maltrato familiar, denigración humana, tratado como a esclavo, acosado sexualmente y encarcelado. Cualquier psicólogo actual se frotaría las manos, pensando en atender su caso, y una que otra dosis de valium o prosac le seria recetada. Sin embargo la Biblia habla acerca de José lo siguiente:

“Mas Jehová estaba con José, y fue varón prospero…”
Génesis 39:2
A pesar de todo lo malo que le pasaba a José, Dios estaba con él. Siento que esto era el secreto de su admirable tolerancia a las malas circunstancias. Dios estaba ahí cuando sus hermanos lo aborrecían, estaba ahí cuando fue vendido como esclavo, lo acompañó cuando; la come hombres de la esposa de Potifar; lo calumniaba, y en la prisión más fría y mugrienta de todo Egipto, también ahí Jehová lo sustentaba.

Me pregunto, ¿Qué pensaba José de todo esto? ¿Habría en él algún reproche? ¡Todo le salía mal! El pudo perfectamente decir: “Si Dios está conmigo, ¿Por qué me ha sobrevenido todo esto?” Sería humano decirlo, pero la Biblia nos muestra a un hombre que esperó pacientemente a que Dios le juzgara.
Alguien podría cuestionar la sabiduría divina en este punto, pero analicemos por un momento los eventos: Si José no hubiera sido aborrecido por sus hermanos; no habría sido vendido por ellos, si no hubiera sido vendido; no habría llegado a Egipto, si no hubiera llegado a Egipto; no habría conocido a Potifar, si la mujer de Potifar; no hubiera acosado y calumniado a José, no habría estado preso en la cárcel del Faraón, si no hubiera estado preso en la cárcel del Faraón; no habría conocido al jefe de los coperos del Faraón, si no hubiera conocido al jefe de los coperos del Faraón; no habría conocido al Faraón, si no hubiera conocido al Faraón; no habría llegado a ser señor de todo Egipto, y si no hubiera sido señor de Egipto; no habría podido preservar a su familia de morir de hambre.
Un simple hombre, nunca podría entender la profundidad y la visión tan amplia de la sabiduría de Dios. El tenía un plan para José por una razón y José al igual que nosotros somos instrumentos en las manos de Dios, para que El nos use.
Una vez que Dios restaura, lo hace para exaltarnos como a José, bien llamado “Príncipe de Egipto” por las generaciones posteriores. Y como si la exaltación de Dios no fuera poco, también se encarga de restaurar las heridas que el pasado ha dejado. Si tiene dudas de esto último, mire lo que dice la Biblia sobre José:

“Y llamó José el nombre del primogénito, Manasés; porque dijo: Dios me hizo olvidar todo mi trabajo, y toda la casa de mi padre.”    (Manases significa: El que hace olvidar)
Génesis 41:51
No sé cual sea su situación, amigo lector, no sé como haya sido su pasado. No sé si le han herido o si cree que Dios le ha olvidado. Pero en este momento quiero decirle que aguante un poco más de tiempo; espere pacientemente en Jehová. El tiene un plan que le hará sonreír al final de ese oscuro túnel.

martes, 1 de febrero de 2011

La bendición de Jehová

Sabía usted que una de las frases más utilizadas en todo el mundo es “Dios le Bendiga”.  Creyentes y no creyentes usan la frase en infinidad de circunstancias. Las personas se desean bendiciones unas a otras, pero ¿realmente sabrán lo que esto significa?
La gente lo que realmente desea es que le vaya bien en la vida, ese concepto es mas similar a lo que es la suerte, pues las personas en realidad lo que quieren es tener buena suerte en la vida.

Quisiera comentarle un poco en cuanto a mi experiencia con la suerte. A mis treinta años de edad, nunca he ganado un solo sorteo, de ninguna índole. Hubo una ocasión en la escuela que sortearon una caja de galletas para recolectar fondos para la fiesta de fin de año; y yo estaba determinado a romper con la mala racha de resultados en rifas, sorteos, quinielas, bingos y cuanto artilugio de suerte se ha inventado la sociedad. Como siempre he sido bueno con los cálculos, analicé el monto diario de mi mesada versus el valor de cada número del sorteo, mi conclusión es que tenía un porcentaje de éxito mayor al sesenta por ciento, si gastaba mi mesada completa en comprar números del sorteo. Lo absurdo de mi razonamiento, era que mi mesada me alcanzaba para comprar una caja de galletas igual, sin tener que probar mi suerte. El resultado no se lo tengo que explicar, dado que ya le comenté que a mis treinta años sigo con una racha invicta de derrotas. Por ambicioso y calculador me quede sin galletas, sin mesada y por ende sin almuerzo. Mala suerte dirían algunos.

“La bendición de Jehová es la que enriquece, Y no añade tristeza con ella.”
Proverbios 10:22
Hay una enorme diferencia entre bendición y suerte. Y hay una enorme diferencia entre lo que las personas entienden de ambos conceptos.
La suerte es tan solo un buen rato, y como todo buen rato, puede convertirse rápidamente en un trago amargo. Creo que nadie pone su vida en manos de la suerte, pues la base que la sostiene no es muy estable. Y la percepción que nos da es inseguridad. Cuando una persona piensa de sí misma, que tiene mucha suerte, es porque reconoce que era más fácil que la situación particular no se diera, a que contara con la fortuna de ser favorecido. Así pues la suerte tiende a agotarse o cambiar de rumbo con mucha facilidad.

La bendición por otro lado es muy distinta, para empezar la sola palabra nos hace pensar en una procedencia divina. Y es la idea de la procedencia divina la que nos lleva a pensar en la bendición como algo bueno, noble y puro. También el entender su procedencia nos da una sensación de seguridad, si hay algo firme y permanente eso es Dios y lo que proviene de Dios. Pero tal vez, lo más relevante de la bendición, es el hecho que es Dios quien la ministra a sus hijos, y lo que El da no lo revoca ni nadie puede arrebatarlo.

Por último, la bendición trasciende más allá de la simple suerte, pues el ser bendecido no se trata de ser afortunado, una persona puede estar siendo sometido bajo la más fuerte tribulación y aun así gozar de la bendición de Dios. Dios nos bendice con su paz, su amor, su seguridad y su cuidado providencial, aunque te este yendo mal en todo lo demás.  El salmista dice: “Aunque pase por valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tu  estarás conmigo” Salmo 23:4. Note que el “valle de sombra de muerte” no parece precisamente un lugar para tomar vacaciones, pero si tengo que pasar por ahí, será una verdadera bendición que quien me acompañe sea el Señor. Esto nos dice lo más importante de la bendición, y es que la más grande fortuna que puede tener un ser humano es que Dios camine contigo.
La bendición va de la mano con Dios, y la única forma de gozar de ella es permitiendo que El vaya contigo en tu caminar. La suerte viene y se va, pero Dios y su bendición enriquecen la existencia humana.

El sorteo de la caja de galletas lo ganó la misma persona que las donaba para la recolección de fondos. El obtuvo su premio y yo dos valiosas lecciones para mi vida:

1. Si quieres galletas, mejor cómpratelas tu mismo
2. La suerte viene y se va, y por mas buena suerte que tengas, nunca la podrás compara con la bendición que solo Dios puede darle a los que le aman