lunes, 11 de octubre de 2010

Ver para creer

La Duda. Si me dieran una moneda cada vez que he dudado, seria rico. Lo que más me molesta de ella, es como se entromete en cada aspecto de nuestra vida. Si tuviera que describir la duda de alguna forma, sería como un aguafiestas.  Permítame explicarle: Cuando era niño muy a menudo me arruinaban las sorpresas: Que no existe la cigüeña, el niño Dios no te trae regalos; ni tampoco los reyes magos, no existe el ratón de los dientes,  ni San Nicolás vestido de rojo; con un saco de obsequios en navidad. Como ven entre los tres y los siete años, recibí bastantes malas noticias. Suficientes baldes de agua fría a tan corta edad. Y eso es precisamente lo que para mi representa la duda. Quieres creer en algo, pero hay un aguafiestas interior que te echa a perder la sorpresa.

Lo que hace este aguafiestas es cuestionar. ¿Qué cuestiona? Absolutamente todo. ¿Cómo lo hace? Te dice que lo que esperas o deseas, es imposible a la luz de la realidad. Y con ese argumento basta para echar abajo nuestro ánimo y esperanza. La duda siempre va a querer satisfacer sus cuestionamientos con la búsqueda de hechos objetivos, pues por eso precisamente es “duda”; porque no puede creer con simpleza, así que;  siempre tratará de sabotear la fe.  ¿Cómo lo se? Porque ya ha pasado antes.

“Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!
Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.”
Juan 20:24-29
Pienso que no podemos ser tan duros con Tomás, al fin y al cabo, nosotros hacemos lo mismo con Jesús todos los días. Se nos dice que Él vive y que busca relacionarse con nosotros y que aun hace milagros; y ¿Qué hacemos nosotros? Al igual que Tomás decimos: “Ver para creer”.
Y ¿Qué es lo que Tomás necesita ver? Tomás quiere ver hechos concretos. Él sabe que la historia que le acaban de relatar sus amigos, suena más a fantasía que a realidad, así que elabora su lista de requisitos:
1. Quiero ver las manos traspasadas por los clavos.
2. Quiero poder meter su dedo en el lugar donde estuvieron los clavos
3. Quiero meter su mano en el costado traspasado por la lanza.

Si lo piensa bien, Tomás estaba poniendo condiciones para poder creer. En otras palabras Tomás dice: “Si ustedes quieren que yo crea, va a ser a mi modo y bajo mis reglas”.  Ahora te pregunto: ¿Crees que Dios responde a exigencias y caprichos personales? Te voy a dar una pista: Dios no es nuestro mandadero espiritual. He escuchado a personas decir: “Si Dios es realmente Dios, debería poder hablarme de la manera en que yo lo requiero”.  A otros he escuchado decir: “Si Dios es todopoderoso, ¿por qué no me da lo que le he pedido?”.  Si lo piensa detenidamente es absurdo que un simple mortal quiera dictarle pautas al Dios eterno e infinito. Deberíamos ser más cautos al hablar, pues Dios no nos debe nada.

Resulta algo contradictorio que Tomás, habiendo visto a paralíticos caminar; mudos hablar; sordos escuchar; ciegos ver; muertos resucitar, terminara diciendo “Si no veo no creo”. Había pasado tres años viendo lo imposible ser posible ¿acaso era mucho pedir un poco de fe?

Me gusta mucho el desenlace de esta historia, pues Tomás pensó que había sido muy astuto, al pedir una lista de requisitos imposibles como prueba de fe. Pero el Dios de los imposibles le cumplió su deseo: “¿Así que quieres hechos concretos?, ven acá, pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado… ¿Qué tan concretos te parecen estos hechos?”

Deberíamos acallar más a menudo la voz de ese aguafiestas. Milagros podríamos ver si apartáramos la duda y tuviéramos fe.  Jesús no solo mostró sus heridas a Tomás, sino que le abrió los ojos espirituales, a la necesidad de tener fe siempre. Y lo mismo que dijo entonces, nos lo repite todos los días: “No seas incrédulo, sino ten fe”.