lunes, 1 de noviembre de 2010

Sigueme

Era un día soleado y hermoso como de costumbre. Mathew se levantó temprano para ir a su trabajo, en el Ministerio Público de Recaudación Fiscal. Toma un desayuno ligero y lee el periódico. En las noticias han escrito sobre un predicador callejero, que se ha hecho muy popular entre los indigentes, drogadictos, prostitutas y ladrones, sin embargo las autoridades lo tildan de alborotador. Mathew lo ha visto varias ocasiones camino al trabajo y le ha parecido un hombre intrigante. Su predicación busca acercar a las personas a Dios; y dar esperanza a los que no tiene ninguna. Muchas veces ha querido detenerse y escucharlo por más tiempo, pero sus compañeros de trabajo lo presionan para que continúe su camino. Ellos piensan que es un fanático más. Uno de esos religiosos molestos, que sacan provecho de las personas, tal y como lo hacen los que salen en la televisión. Solo un hipócrita más con apariencia de piedad. Pero Mathew no esta convencido de ello. Pareciera que este hombre es diferente, hay bondad en sus ojos.

Se hace tarde para ir al trabajo, así que Mathew finaliza de un sorbo su café, cierra el periódico y toma el autobús que va al centro. Al llegar a su oficina, todos comentan sobre la noticia de este predicador callejero. Algunos se burlan llamándole loco, pero Mathew guarda silencio, se sienta en su escritorio y mira por la ventana hacia la calle. En su interior sigue inquietado por las palabras de este hombre. Si es un loco y fanático religioso, no lo sabe; lo único que sabe es que no puede sacarlo de su mente.

Mientras piensa en estas cosas, su jefe le interrumpe con una pila de declaraciones fiscales. Es momento de trabajar. Su trabajo: Revisar las declaraciones de impuestos de los ciudadanos. Su meta: Velar porque todos los ciudadanos, paguen hasta el último centavo que la ley establece. No es un trabajo muy agradable, pero alguien tiene que hacerlo.
Mathew no ama su trabajo, pero la paga es buena. Y es por la paga que puede darse los lujos de los que disfruta. Aunque las cosas que posee nunca le han dado felicidad. En su interior hay un vacío que ningún lujo puede llenar. Es por esto que tanto le han intrigado las palabras de este predicador. ¿Podrá haber esperanza para un alma vacía? Entre tantos formularios de impuestos por revisar en el día, tiene tiempo para meditar en esta pregunta.

Un golpe en la ventana interrumpe sus pensamientos, al voltear a ver quien lo llama, se percata que alguien lo mira fijamente desde la calle. Este predicador callejero que llaman Jesús lo esta mirando directo a los ojos, al tiempo que le dice: Sígueme. Su mirada es tan honesta y sus palabras tan dulces, que Mathew no puede negarse. A la verdad no quiere negarse, sino que dejando su pila de formularios de impuestos, sale de su oficina y le siguió.

“Después de estas cosas salió, y vio a un publicano llamado Mateo, sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y dejándolo todo, se levantó y le siguió.”
Lucas 5:27-28

Pienso que al igual que Mateo, Jesús sigue haciendo la misma invitación. Sígueme. Es una orden que demanda acción. Sígueme hoy. Sígueme sin dudar. Sígueme y deja todo atrás.  No pido mucho solo tu vida, no pido más que tu obediencia. Puedes ser un recaudador de impuestos si quieres, pero si me sigues serás un recaudador de almas para mi reino. Puedes tomar notas minuciosas de lo que adeuda la gente, o puedes escribir mi evangelio. Sígueme y daré sentido a tu vida y paz a tu corazón.

Jesús sigue buscando a los que tienen su corazón dispuesto. Ese compañero de trabajo que te habla de Dios, puede ser la voz de Él. Ese mensaje que escuchaste en la radio, a lo mejor son sus palabras. Ese vecino, que todos los domingos lleva una Biblia en la mano a la iglesia; quizás Jesús te esta mostrando el camino. ¿Estas prestando atención? Tal vez Dios te esta diciendo algo. Puede ser que Jesús  te este haciendo una invitación. ¿Le seguirías?