lunes, 21 de febrero de 2011

Cuando sube la marea

El día de ayer pase un buen tiempo en la playa. Usted sabe de lo que hablo. Nada que hacer más que escuchar el relajante sonido de las olas, hermoso cielo despejado, sol abrazador, sal y arena hasta en las encías.
El reloj parece detenerse en la playa, al tiempo que podemos relajarnos y dejar de lado todo lo que nos espera en la ciudad. Unos refrescos, fruta fresca, lentes de sol, un buen libro y ese esquicito olor a sal y arena, son suficientes para pasar un gran día.
Como no hay mucho que hacer más que relajarse, decidí y a ver el vaivén del mar, sentado en un enorme y viejo tronco de árbol, que estaba encallado en la arena. ¿Cómo fue a parar este enorme tronco en este lugar? ¿De dónde habrá venido? Seguramente estará en esta playa por siempre pensé, pues muchos hombres, con gran esfuerzo, no podrían moverlo más de unos cuantos metros. ¡Este enorme y viejo tronco es inconmovible! Pensé.

“Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.”
1 Corintios 10:12
A veces miro mi vida cristiana y he querido felicitarme a mí mismo por mi gran labor. ¡Que gran ministro eres! He llegado a pensar. ¡Eres inconmovible! ¡Vaya que he llegado a estar mal ubicado con respecto a mi mismo! Unos cuantos títulos académicos en teología, varios años de ser cristiano y algún tiempo de servir al Señor y ya nos estamos creyendo el próximo apóstol Pablo. Lo cierto del caso, es que cuanto más firme e inconmovible he creído estar, más duro ha sido el golpe cuando he caído. Y cuando he caído Dios me ha hecho ver, algo que no es precisamente descubrir el agua tibia: “Nadie es a prueba de fallos”.

Todos los días nos es necesario recordar que es por el sacrificio de Jesús en la cruz, que tenemos la victoria, y es en Él y en sus fuerzas que podemos permanecer. Es Él quien es inconmovible, es Él quien tiene la fuerza para permanecer y es en sus fuerzas que podemos vencer, a un mundo que nos incita a pecar y a desviarnos del buen camino. Todos los días somos puestos a pruebas y todos los días fallamos cientos de veces; y aun así, de Él recibimos no solo la fuerza sino también el perdón, para seguir adelante. ¿Qué sería de nosotros si no fuera por Él? ¿Qué sería de mi si no fuera por su amor y misericordia? Seriamos como un moribundo, herido y golpeado que desfallece en el suelo. ¿A dónde quedaría nuestro orgullo? ¿Dónde yacería nuestro estatus de inconmovibles?

A propósito de inconmovibles, debería haber visto que le pasó al enorme tronco en la playa cuando subió la marea.  Las grandes e impetuosas olas golpearon cada vez más fuerte y con más apremio al inconmovible. Fue arrastrado, golpeado y llevado de un lado a otro por una fuerza más poderosa que él. Pensé que ese viejo tronco estaría en esa playa por siempre, pero el mar prevaleció sobre él y con asombro pude ver como ese enorme y pesado tronco fue llevado por las aguas y no se le vio más.

Resulta que no eres inconmovible arrogante tronco, pensé, “Ni tu tampoco” me dijo Dios… ¡Vaya que Dios nos enseña cuando habla!

Cuando la prueba viene como un mar embravecido, y la tentación golpea como las olas del mar a este viejo tronco, no hay quien pueda permanecer en pie, pero aquel que tenga sus pies sobre la roca inconmovible que es Cristo; subirán las aguas y golpearan los vientos y permanecerá firme, pues ha puesto su confianza en aquel que no pasará jamás.

Querido lector, si cree estar firme, le recomiendo que se examine, no sea que la prueba venga como la mar cuando sube y no pueda usted permanecer. Y si es que el oleaje le esta golpeando ya, busque refugio en Él, pues por algo le llaman “La roca fuerte”.