lunes, 28 de marzo de 2011

Las Tormentas

Miro hacia el horizonte y veo las nubes juntarse. Escucho los retumbos de los relámpagos a lo largo. El clima está cambiando; el viento sopla más rápido y el día se torna grisáceo. Sé que la tormenta se avecina.
Hay una situación que tienen los tiempos difíciles; y es que no podemos hacer nada para evitarlos. Simplemente hechas un ojo a tu horizonte y sabes que las nubes de la tormenta se están juntando, será solo cuestión de tiempo y estarás en medio de ella. Ya sabes a lo que me refiero, en las tormentas no hay refugio del frio, del agua o del viento. Son tiempos difíciles. Todos hemos estado ahí cuando la tempestad ha llegado. Soledad, tristeza, angustia, impotencia, desesperación. A todos se nos ha puesto gris el día, a todos se nos ha ocultado el sol por un tiempo.

“Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos.”
Lucas 22:31
Cuando estoy en medio de alguna tormenta, me gusta acudir a este pasaje, pues me hace entender algunos conceptos elementales de las tormentas de la vida: En primer lugar todos deben pasar por ellas, así que no debo sentir que el hecho que me pase a mi, es la tragedia y la injusticia mas grande del universo, pues sencillamente no seré el primero ni el ultimo en ser probado.
En segundo lugar Dios sabe que cuando la tormenta arrecie saldrás golpeado, pero Dios no espera que salgas ileso, sino que aprendas algo de ello.
En tercer lugar una vez que te has levantado del suelo, donde la tormenta te haya arrojado; levántate para hacer algo; que haga que valga la pena aguantar el sufrimiento.

En el versículo de Lucas 22:31, podemos ver en acción esos tres principios. Pedro (Simón) y el resto de discípulos acaban de ser avisados por Jesús, que la tormenta se avecina “…Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo…”. Aquí es importante entender el concepto que el trigo en la antigüedad, era golpeado para quitarle el polvo y la paja que contaminaba el producto; así como para eliminar los granos quebrados que no son de provecho. Como puede ver las tormentas tienen su propósito, y es la razón de que todos debemos ser purificados y readecuados a los propósitos de Dios, la razón del por qué todos debemos afrontar nuestras propias tormentas.

También observamos que Jesús sabia que los discípulos iban a sucumbir ante la prueba: “…y tu, una vez vuelto…”, en la Nueva Versión Internacional dice: “…Y tú, cuando te hayas vuelto a mí…”. Usted conoce la historia igual que yo. Pedro le negó tres veces antes que el gallo cantara dos. La capacidad de Pedro para renegar de su maestro superaba el tiempo de reacción del gallo. Jesús sabía que Pedro fracasaría la prueba, pero él necesitaba que esto sucediera, para que Pedro rindiera su autoconfianza (“Aunque todos te abandonen, yo no — declaró Pedro. Marcos 14:29) ¡Cuánto debía aprender Pedro de sus propios errores! Jesús sabía que Pedro iba a caer, pero también sabía que se habría de levantar.

Finalmente observamos que al final de la tormenta, la sacudida no fue en vano. Pedro después de aprender de sus faltas, sabría que él era llamado a servir en medio de su debilidad. El débil y cobarde Pedro, que negaba a su maestro mas rápido de lo canta un gallo, aprendería que su debilidad serviría para “…confirmar a sus hermanos…”. En la Nueva Versión Internacional dice: “…Fortalece a tus hermanos…”. ¿Qué le parece? Parece que Dios tiene un propósito incluso con sus faltas y debilidades. Usted puede leer de un Pedro restaurado sirviendo ardientemente en el libro de los Hechos, o escribiendo dos hermosas Epístolas en el Nuevo Testamento.

Mi amigo lector, si usted ya escucha los retumbos de la tormenta, no le diré que será fácil, pero si le puedo decir que después de toda tormenta regresará la calma, y usted saldrá de ella más fortalecido y capacitado para cumplir lo que Dios ha determinado hacer con usted…

martes, 22 de marzo de 2011

A limpiar la casa

Hoy es día de quehaceres domésticos. Usted sabe a lo que me refiero, barrer la casa, doblar ropa, limpiar el piso y lavar los platos. Y aunque en ocasiones realizar este trabajo de limpieza resulta tedioso (en especial lavar los platos), estará de acuerdo conmigo, en que no hay nada más agradable que habitar en una casa limpia y ordenada. 
El orden y la limpieza son básicos en la vida, algunos adolescentes rebeldes al baño y algo desaliñados; podrían disentir en algo de esta apreciación, pero eso no cambia el hecho que es agradable habitar en medio de la limpieza.

Le comento esto, porque así como es necesario tener la casa en orden y limpia, también nosotros debemos procurar  limpiarnos de las muchas cosas que pueden contaminarnos durante el día: Nuestros pensamientos, palabras, acciones, actitudes; no siempre son rectas, honestas y puras delante de Dios.
Los pensamientos morbosos, las palabras soeces, la actitud negativa y las acciones egoístas; son como los platos sucios, el piso mugriento y la mancha de salsa en la camisa blanca. En otras palabras es necesaria la labor de limpieza. Simplemente no es aceptable que Jesús more en una casa donde la suciedad tiene preeminencia.

“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”
1Juan 1:9
Me encanta el uso de la palabra “limpiarnos” es como si nosotros estuviéramos revolcándonos en nuestra propia suciedad; y Dios mismo se tomara la tarea de hacer la limpieza en nuestras vidas, de toda la inmundicia que había en nosotros y que no había conciencia de ella, ni capacidad para purificarnos a nosotros mismos. Y es que eso es precisamente lo que él hizo. Se acerco a nosotros y nos llamó: “Oye, ¿por que estas viviendo en esta pocilga, cuando puedes optar por una vida mucho mejor? Déjame entrar a tu casa y la pondré en orden. Lavaré tus pensamientos y tu forma de hablar, corregiré tu actitud y tus acciones serán justas y rectas delante de mí”. ¿Acaso no suena eso mucho mejor que vivir entre suciedad?

A todos nos encanta tener servicio de limpieza privado, pero bíblicamente, para que Jesús limpie la mugre y la suciedad de nuestra casa, debemos cumplir con un acuerdo previo. Revisemos juntos el versículo de 1Juan: “Si confesamos nuestros pecados…”. En primer lugar, la conjunción “si” implica que esta opera como un condicionante de la promesa. Esto es que si no se da una condición previa, la limpieza no puede llevarse a cabo ¿Cuál es esa condición previa? Acompáñeme a ver el segundo aspecto. En segundo lugar está la “confesión”, si usted no se logra reconocer a sí mismo como un transgresor de la justicia y la santidad divina, no puede entender su condición de impureza y por tanto invalida la purificación de sus maldades. Y en tercer lugar utiliza la expresión “nuestros pecados”.  Esto es responsabilizarse por sus faltas. No son las faltas del vecino, o las de la familia, las que han contaminado nuestra vida, son nuestras propias faltas.

Como puede ver él quiere limpiarnos de todas nuestras maldades, a decir verdad él es el único que puede hacerlo, pero para que esto pueda ser hecho, nosotros hemos tenido que caer en cuenta que nuestra vida no puede seguir siendo un chiquero, que es por nuestro descuido que nuestra vida se encuentra en ese estado y que requerimos de su fidelidad y de su justicia para poder ser limpios.

Aun restan muchos quehaceres de limpieza en mi casa. Resta lavar la ropa y los platos, además mi esposa me está diciendo en este preciso momento, que debemos también lavar el baño. ¡La limpieza nunca se acaba! aunque sí sé que antes que acabe el día mi hogar estará limpio; y la limpieza siempre me hace sentir bien ¿Y a usted?

lunes, 14 de marzo de 2011

No hay mejor lugar que estar en casa

No hay mejor lugar que estar en casa. En casa hay paz y descanso de lo complicado de la jornada. No importa nada más que finalizar el día, ponerse la pijama y las pantuflas; y acostarse en el viejo sillón a descansar.

Te levantaste temprano, estuviste al menos ocho horas fuera de casa, regresas al finalizar el trabajo y todo luce tan familiarmente y acogedor. Hasta el perro mueve la cola, alegre de verte regresar. No importa que la ropa esté sucia, que haya platos que lavar y preparar la cena; cuando  introduces la llave y abres la puerta de tu hogar, la primera sensación que te acoge es: “Gracias a Dios estoy de nuevo en casa”.

“Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.  Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.”
Lucas 15:20-24
«Parábola del hijo pródigo»
Hace unos días, leyendo la parábola del hijo prodigo, me detuve a pensar en lo difícil y desesperante, que podría ser la situación del hijo que se fue lejos. En cierta forma la situación te hace meditar en lo agotador que resulta estar lejos de casa. No tienes un sillón donde descansar, alguien con quien conversar, al menos un televisor para distraerte o un perro que te mueva la cola. Simplemente todo es frio y  poco hogareño. Y aunque todos los días regresamos a casa a descansar, muchas veces estamos presentes en nuestro hogar terrenal, pero ausentes de nuestro hogar celestial.

Lo cierto del caso es que todos hemos sido este hijo prodigo alguna vez. Producto de nuestra rebeldía y nuestra tendencia a pecar, nos hemos ido de la casa del Padre; y rondando por el mundo hemos encontrado distracciones mas nunca descanso.  Y es que el mundo es tan agotador como la jornada de trabajo, pero sin la recompensa de la paga. El mundo te agota, te golpea y de disminuye. El pecado es tanto y la carga es tan gravosa que sientes que nunca más regresaras a casa, pues el Padre nunca te aceptaría en tan deplorable condición. Somos tan duros al juzgarnos nosotros mismos; al igual que el hijo prodigo pensamos que si hemos de regresar a casa, debe ser por la puerta de atrás; que Dios no quiere ni mirarnos a los ojos y que no obtendré su perdón.

Algo que había olvidado el hijo prodigo, es que él siempre fue un hijo, aunque su plan era ser un jornalero, delante de su padre, él seguía siendo un hijo. Con Dios sucede lo mismo, pensamos que nuestros pecados han sido tantos que no podemos ser llamados hijos suyos; pero de algo estoy convencido en mi vida: “Yo soy un gran pecador, pero El es un gran Salvador”.  Y es tan inmenso su amor hacia mí, que aun siendo yo un pecador, Cristo vino y murió para que yo viviese.

Tal vez has estado lejos de casa; tal vez sientes que tu tiempo lejos de Dios ha sido tanto, que ya has olvidado que siempre has sido su hijo. Tal vez el mundo te ha golpeado tan duro y tan seguido, que añoras el descanso que hay en la casa del Padre, pero en tu corazón hay demasiada vergüenza como para volver. Tal vez crees que si has de volver será por la puerta de atrás. Sin embargo te recuerdo que hay un Dios que cuando te fuiste de casa, no cerró la puerta y que todos los días se sienta en la entrada de la casa pensado: “Cuando será el día que mi hijo decida volver”. El día que regreses te darás cuenta que no hay como estar en casa…

lunes, 7 de marzo de 2011

¡A entrenar se ha dicho!

¿Alguna vez ha tratado de hacer ejercicio después de un largo tiempo de inactividad? Motivado por el deseo de una mejor vida, bajar algunos quilos, liberarse del estrés o salir del sedentarismo. Pues si lo ha intentado, sabrá que no es fácil reiniciar con algo que hace tiempo ha dejado de hacer. El cuerpo se vuelve holgazán y quejumbroso. Y la nueva rutina de ejercicio se vuelve dolorosa. En ocasiones una completa tortura.

En mi caso particular hace unos días que volví a correr, después de unos cinco años de televisión, comida chatarra y vida sedentaria; se imaginará que reiniciar la rutina de ejercicio fue más doloroso que dormir sobre una cama de clavos. La mente desea continuar la marcha, pero el cuerpo esta en huelga.
Es en este punto cuando nos sentimos realmente mal por nuestro pésimo nivel de condición física. Y es que se nos hace todo mas difícil, porque hemos dejado de lado la disciplina de entrenarnos y acondicionarnos físicamente.

La mayoría de las personas son poco disciplinadas para algo en especifico, ya sea hacer deporte, estudiar, trabajar; sin embargo he descubierto que para lo que más somos perezosos es para las cosas de Dios. Así pues, estudiar la Biblia, orar o asistir a la iglesia resulta para muchos; más cansado que mi intento mal logrado de volver a correr.

“¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis.  Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.”
1 Corintios 9:24-25
El apóstol Pablo en su carta a los Corintios, está utilizando la figura de un atleta que se entrena para ganar la carrera. Imagine un atleta olímpico que descuida su dieta, su cuerpo y su entrenamiento. Sencillamente se vería como yo tratando de correr unos cuantos metros. Sería el hazme reír de la justa olímpica. Así como es absurdo imaginar a un atleta que desea la victoria, y que no se discipline para alcanzarla; de la misma forma es absurdo que una persona profese ser cristiano; y que no se esfuerce por ser uno victorioso.

Cuando intenté volver a correr, me cansaba y me detenía. Me daba un dolor en el muslo y hacia una pausa. Me daba sed y me sentaba a tomar agua. Reiniciaba y el calor me agotaba. Sencillamente no estaba preparado y no me estaba esforzando en hacerlo, le daba gusto a la holgazanería de mi cuerpo. Lo mismo nos sucede cuando tratamos de buscar de Dios. Vamos a estudiar su palabra y nos distraemos frente al televisor. Hacemos el intento de orar y nos gana el sueño. Tratamos de ir a la iglesia, pero es domingo y resulta más placentero no hacer nada. Lo cierto es que no nos esforzamos lo suficiente, pues somos indisciplinados espiritualmente hablando. 

No puedes conocer a Dios si no hablas con El. No puedes escuchar a Dios si no lees su palabra. No puedes pretender ser victorioso espiritualmente si no te entrenas para serlo. Llegará entonces el día en que todos te superaran y las circunstancias te vencerán. Porque cuando debías entrenar has estado desperdiciando el tiempo. Para ser un buen cristiano hay que esforzarse y disciplinarse para serlo.

El día de mañana, a pesar de lo dolorido que está mi cuerpo, volveré a entrenar, aunque el cuerpo se queja ahora, más adelante me lo agradecerá. ¿Qué dice? ¿Cree que espiritualmente podrá hacerlo también? Sé que al principio cuesta, puede que sacar unos minutos para orar y leer la Biblia le resulte cansado y hasta aburrido, pero no hay esfuerzo que más adelante no vaya a ser recompensado. La victoria es para los que trabajan por ella. ¡Animo, Dios sabe que usted puede!