lunes, 13 de diciembre de 2010

Bienvenido

Hace unos días, tuve la oportunidad de conocer a mi hermosa sobrina recién nacida. ¡Vaya que es una experiencia maravillosa tenerla en brazos! Durante nueve meses, toda la familia había estado esperando con ansias su nacimiento. Así que todos procuramos estar ahí, el día que hiciera su aparición en este mundo. Mientras la pequeña Isabella dormía plácidamente en brazos de su mamá, toda la habitación se regocijaba con su llegada. Si usted ha vivido un nacimiento, entiende perfectamente de lo que estoy hablando. La ternura que evoca el nacimiento de un ser amado, envuelve el ambiente.
Es por eso que hoy entiendo el nacimiento de Jesús con una nueva y diferente perspectiva:

“Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”
Lucas 2:8-14
Si toda mi familia había esperado con ansias durante nueve meses a Isabella, imagínese solamente las ansias con que esperaba el pueblo judío al Mesías. Isaías profetizó el momento del nacimiento de Jesús, hacía más de seiscientos cincuenta años.

Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel.
Isaías 7-14
El día que Jesús hizo su aparición en esta Tierra, era un motivo enorme de fiesta, celebración y alegría para todo el pueblo judío. El ansiado y esperado Mesías, había llegado. Aquel de quien se había predicho, salvaría a la nación y alumbraría al mundo con su justicia, hacía acto de presencia. Así de importante y esperado era Jesús, por lo que este momento descrito en Lucas, no era un momento cualquiera en la historia. Este no era un nacimiento aislado, no se trataba de cualquier ser humano, fue el momento histórico en que, el Dios eterno; inmortal y todopoderoso, escogió para venir y devolverle la esperanza a este mundo. ¿Ha visto lo frágiles y tiernos que son los bebes? Imagínese todo el poder y la gloria divina, depositada en un pequeño y frágil envase, envuelto en pañales y durmiendo inocentemente en un pesebre. La esperanza y luz de los hombres, totalmente dependiente, necesitado de baberos, chupones, chineos y arrumacos. Solo Dios pudo enviar un mensaje tan poderoso en una forma tan frágil: Esperanza en forma de inocencia.

Los nacimientos implican nueva vida; y eso es precisamente lo que Jesús vino a dar a los hombres. Traía consigo la misión de salvar a toda la humanidad, y esa es una buena razón para que toda la Tierra se regocije.

Mi familia celebra el nacimiento de un nuevo miembro, pero cuando Jesús nació, el cielo entero celebró. Miles de ángeles cantaban, aplaudían bailaban, saltaban. Simplemente el espectáculo era demasiado sublime. Una ovación de pie, para recibir al Señor de toda la creación. Unos magos del oriente vieron su estrella, unos pastores (los más humildes trabajadores de esa sociedad) recibieron la noticia. Nació rodeado de animales en un pesebre. No hubo lujos, no había un castillo que le recibiera como rey, es mas ni siquiera había campo en el mesón. No hubo una cama cómoda, una tarjeta de bienvenida, no había flores para Maria en la mesa de cama, ni globos con figuras de ositos. Pero si hubo una gran fiesta, ese día no hubo un solo ángel que guardara silencio. Todo el cielo cantó la más hermosa canción de cuna jamás cantada: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”
¡Bienvenido al mundo, Salvador!