miércoles, 13 de abril de 2011

¡Oh por Dios!

¡Oh por Dios, por qué me pasa esto a mí! Esta escalofriante exclamación no forma parte de una película de terror. Ni tampoco de un momento de prueba en la vida de alguna persona. Mas bien es mi expresión diaria al darme cuenta que me quedé dormido y que llegaré tarde al trabajo.

Tengo que reconocer que ese terrible momento de apuro y congoja, no llega de un momento a otro, sino que se debe a mi repetida negligencia ante las alertas del despertador; y el abuso en la utilización del botón de pausa. Así pues la primera vez que suena la alarma, oprimo la pausa y esto me regala diez minutos más de sueño. Cuando suena nuevamente el despertador y vuelvo a hacer uso de la misma mala costumbre, me doy cuenta que ya llevo veinte minutos de retraso; y por consecuencia el amargo reproche y la escalofriante exclamación no se hace esperar: ¡Oh por Dios, por qué me pasa esto a mí!

“De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todas estas señales, conoced que está cerca, a las puertas.”
Mateo 24:32-33
Cuando las personas se dan cuenta que estudié teología, siempre me abordan con preguntas relacionadas al fin de los tiempos. Que si Nostradamus habrá adivinado bien, o si los mayas tendrán razón. Creo que la gente en general está asustada. Se asustan porque perciben un ambiente de inestabilidad en todos los aspectos. Terremotos, hambres, guerras, pestes, violencia, degradación moral, sensualidad, economía decadente, cambios climáticos, presión social. Como puede ver hay un listado de aspectos negativos que nos rodean, sin embargo, lejos de angustiarnos, los mismos nos deben servir de alarma a nuestras vidas de los tiempos en los que estamos viviendo.

Lo que sucede es que muchos de nosotros no hemos invertido el tiempo suficiente para estudiar las alarmas que Dios nos ha dejado en la Biblia. Las cuales debo decir que son muchísimas. Es como si Dios estuviera diciendo a sus hijos: “Oye, pon atención a esto” o quizás “hijo despierta, tienes que estar alerta a esto”. En numerosas ocasiones Dios nos insta a través de su Palabra a estar siempre vigilantes, a la espera, y sobre todo preparados. No se trata de guarda en la alacena agua y latas de atún, sino más bien, que la preparación a la que nos llama Dios es a mantenernos intachables, viviendo en justicia y en amor para con Dios y para con los otros. Eso marca al cristianismo como aquello que hace la diferencia y que lleva la luz en medio una era donde abunda la oscuridad.

Ahora bien, lo que normalmente sucede es que estamos adormecidos frente a las señales que Dios nos ha dejado, al igual que mi caso frente al despertador en las mañanas. Escuchamos las alarmas y preferimos oprimir la pausa y seguir dormitando en nuestros deleites y placeres, en lugar de estar alertas y velando.
Hemos dejado de lado la oración y la lectura de la palabra de Dios. No tenemos ninguna clase de relación con Dios y eso hace que el sueño espiritual nos adormezca. En tiempos donde deberíamos estar despiertos, estamos soñolientos. El apóstol Pablo en su segunda carta a Timoteo menciona lo siguiente acerca de los últimos tiempos: “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos.”  2Timoteo 3:1. Si aplica un ejercicio de lógica y razonamiento elemental, es mas que obvio el por qué Dios desea que abramos los ojos.

Mi amigo lector, creo que es tiempo que suelte el botón de pausa, y atienda la alarma del despertador. Creo que haría bien en despertar su vida espiritual del sueño en que ha permanecido. Dios puso las señales y las alertas para que usted este atento y no tenga que clamar con angustia: ¡Oh por Dios, por qué me ha acontecido esto a mí!

miércoles, 6 de abril de 2011

El Regalo de Dios

Recuerdo cuando tenía seis años, el grupo de reuniones cristianas donde asistía con mi familia, organizaban con motivo de las celebraciones de navidad, un intercambio de regalos.
Todos sabemos lo que son este tipo de actividades, alguno de los participantes se va ha olvidar de comprar el regalo a tiempo; y un pobre infeliz será el desfavorecido de recibir un mísero par de calcetines de regalo, comprados de última hora en el supermercado. Pues resulta que yo siempre era ese pobre infeliz. Así pues, con motivo de este tipo de actividades de intercambio de regalos, mi armario estaba más lleno de calcetines, que de juguetes.

No podría describirle la indignación y frustración que resultaba, en un niño de seis años, ser aquel de quien siempre se olvidaban. Todos los niños recibían hermosos juguetes que se disponían a disfrutar en cuanto destrozaban la envoltura, mientras yo me quedaba sentado en una banca, sosteniendo mis lagrimas por un lado y mis nuevos calcetines por otro.

“…mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.”
Romanos 6:23
La palabra dádiva es un vocablo fascinante, pues significa “regalo desinteresado”.  Me resulta casi increíble pensar que Dios quisiera compartir, el regalo de su existencia eterna con alguien como yo. Y mejor aun, que pensara darnos tan extraordinario regalo de forma desinteresada. No es que Dios creyera que podíamos pagarle este regalo, o que lo mereciéramos; simplemente El muestra su esplendida generosidad por ser quien es. Normalmente cuando usted tiene la expectativa de recibir un regalo, espera algo que resulte especial; y en asuntos de regalos, es tan importante lo que se regala como quién lo regala. Así pues, cuando se alinean las expectativas de lo que se espera con lo que se recibe, el resultado dista mucho de ser un par de calcetines en una bolsa de supermercado.

De la misma forma sucede con Dios, su regalo para la humanidad fue esplendido. Un enorme paquete de vida eterna, que solo puede ser regalado por aquel quien originó la vida en un principio. Lo increíble de esto es, que aun con todo y la magnificencia de la dádiva divina, muchos dejan de lado el obsequio, olvidando que este regalo lleva en la etiqueta su nombre. Tal vez esto se debe a que muchas personas han recibido tantos calcetines en la vida, que cuando tienen la oportunidad de gustar de un buen regalo, simplemente se quedan sentados en una banca apretando los puños y sosteniendo el llanto.
Y es que la vida es extraordinariamente efectiva para regalarnos calcetines. Todos hemos recibido la frustración e indignación, que suele regalar la vida cuando Dios no esta en ella. Llanto, sufrimiento, dolor y vergüenza. ¡Vaya cuadrilla de la muerte! ¡Vaya montón de bofetadas que nos regala el mundo! Sencillamente la vida sin Dios es demasiado implacable, demasiado tacaña. Demasiadas decepciones  en forma de calcetines.

Algo que me ha reconfortado muchísimo, después de ser un pobre olvidado en los intercambios de regalos, es saber que aunque muchos rechazan el enorme regalo de salvación de Dios, este sigue estando ahí, disponible para aquellos que siempre fuimos olvidados.  No es que yo, o cualquier otro lo mereciéramos, pero un día Jesús estaba en la puerta con un gran obsequio. Quizás después de ver el gran fracaso que era nuestra vida nos miró; una de tantas veces que nos quedamos sentados solitariamente en una banca; sosteniendo nuestra indignación y frustraciones; y decidió que era tiempo que recibiéramos algo que borrara nuestra lagrimas y pusiera de nuevo una sonrisa en el rostro.

Resulta que un día recibí algo más que calcetines. Resulta que no era un pobre infeliz después de todo.  “El regalo de Dios «para todos los olvidados e infelices que hay en el mundo» es vida eterna en Cristo Jesús” (Cursivas añadidas) ¡Que grande amor mostró Dios! Y tú, no te quedes sin recibir este regalo…