¿De que sirve un salvavidas si no me estoy ahogando? ¿De que sirve un salvador si no me estoy muriendo?
“Pacientemente esperé a Jehová, Y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos.”
Salmo 40:1-2
Creo que hay vidas que necesitan sentir el olor del fango en sus narices, para darse cuenta que están metidos en el lodo. Hay gente que tiene que llegar al borde para pedir auxilio. Matrimonios al borde del abismo, economía en bancarrota, enfermedad terminal acortando tus días, corazones rotos y lágrimas en lugar de sonrisas. Señas del fango espiritual asfixiando tu existencia. ¡Vaya lugar es el temido “pozo de la desesperación”! El lugar donde los hombres fuertes caen como hojas blandas en tiempo de otoño; el lugar de los corazones rotos y del sabor amargo de las lágrimas del desconsuelo. Hay vidas que tienen que llegar hasta este abismo de la desesperación, para alzar su mirada al cielo y pedir auxilio.
Hay quienes dicen que cada uno cava su propio pozo, y que lo rellenamos del lodo de nuestras malas acciones. Pienso que no es una idea tan descabellada, pues en una ocasión estuve ahí, en ese pozo de desesperación, aún lo recuerdo con temor. Al principio solo mis pies sintieron el frio del lodo, así que me relajé, solo es un poco de fango, pensé. Antes de darme cuenta el fango llegaba a las rodillas y era más difícil el andar, pero me dije: “más adelante veo un claro, ahí reposaré y recuperaré mi vigor”, sin embargo el lodo siguió aumentando y mi fuerza continúo disminuyendo. El lodo llegó hasta mi pecho, ya era imposible continuar, trate de nadar, pero era demasiado espeso y cada esfuerzo que hacía para salir de ahí, solo me hundía más. Trate de huir, pero ¿en cuál dirección? Entonces trate de aferrarme de algunas ramas de religiosidad que habían a los lados, pero ninguna de estas ramas puede salvar, se me escurrían de las manos. Es ahí cuando entendí lo que significa verdaderamente la palabra “clamor”. ¡Dios – dije elevando mi voz – sálvame que perezco en desesperación!
No habría salido de ahí, si no fuera porque una mano traspasada por clavos, se extendió para librarme. Me saco del lodo, quitó mis angustias y libro mi alma.
Es cierto lo que algunos dicen, en ocasiones tienes que caer de espaldas, para mirar al cielo. Antes de pasar por los horrores del “pozo de la desesperación” caminamos por la vida orgullosos con la frente en alto, altaneros y confiados que nuestra vida es perfecta. Después del lodo, en cambio, no queda nada, solo la sensación de impotencia y la esperanza que un Salvador aparezca.
Para concluir, ya sea que usted tenga conciencia de su situación o no, eso no cambia el hecho, que antes de que Jesús nos rescatara todos nos encontrábamos con el lodo hasta el cuello. El apóstol Pablo nos declara en su carta a los Romanos la siguiente verdad espiritual:
“Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.”
Romanos 3:12
Como puede ver, algunos saben lo que es estar en el lodo, otros están ahí pero no lo saben, sin embargo eso no cambia el hecho que ante Dios todos estábamos perdidos. Mas Dios mostró su amor para con nosotros, que aun siendo todos pecadores Cristo vino a rescatarnos. (Romanos 5:8 énfasis agregado).