Recuerdo mi guardarropa cuando era adolescente. Pienso que una película de Indiana Jones, debió haber sido inspirada dentro de ese inframundo, pues era toda una aventura adentrarse en él. Para buscar una camisa; había que iniciar una peligrosa expedición por las montañas de calcetines; y las pilas desordenadas de zapatos; amontonados en un perfecto desorden. Pienso que ni el doctor Jones, hubiera podido sobrevivir a semejante habitad de desorden salvaje.
¿Por qué les cuento las crónicas de mi guardarropa adolescente? Pues creo que la naturaleza caótica, desordenada y saturada de mi guardarropa, se asemeja mucho a nuestra mente y la cantidad de pensamientos que amontonamos en ella.
La mente es un órgano maravilloso. Desde que nacemos, inicia un almacenamiento de información basado en las experiencias. Los sentidos nos estimulan y esas experiencias percibidas a través de los ellos, son guardadas en una especie de guardarropa gigante. Sabemos cómo es el olor de la tierra con las primeras lluvias, el sabor de un buen café, la textura de la seda; gracias a que nuestros sentidos los perciben y nuestra mente recolecta y almacena esa información.
Lo que sucede con este enorme guardarropa, es que tenemos secciones, para la ropa sucia, las camisas arrugadas y los zapatos viejos. En otras palabras; nuestra mente almacena muchas cosas que no deberían estar ahí. Cosas que no son de provecho y que nos daría vergüenza, que los demás supieran que guardamos. Como los zapatos mal olientes o los calcetines sucios. Así son nuestros malos pensamientos. Y como cualquier calcetín sucio o zapato viejo es necesario desecharlo.
“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.”
Filipenses 4:8
En este versículo, el apóstol Pablo nos dice en que debemos ocupar nuestra mente. Pienso que es la forma de poner orden en nuestro guardarropa mental. Eliminar lo viejo, lavar lo sucio, planchar lo arrugado, ordenar lo desordenado y hacer campo para lo que realmente nos es útil. Es como suelen decir algunos: “Una mente sana es una vida sana”.
Otro aspecto que recuerdo de mi guardarropa, es que tendía a atesorar cosas que consideraba indispensables. Recuerdo una camisa vieja toda agujereada que usaba para dormir. Unos jeans gastados que según yo, me hacían lucir rebelde y una camisa de los Rolling Stones, que creía me identificaba como un legítimo rockero. Lo cierto del caso es que, a la luz de cualquier criterio racional, esos tan preciados artículos no eran más que basura; y por lo tanto ya no debían estar ahí. Es lo mismo que Pablo nos esta diciendo en Filipenses: “Asegúrese de guardar en su mente solo lo que realmente valga la pena”. Y para esto nos da un listado de aquellas cosas, que conviene guardar en nuestro armario: “…todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.”
Nuestras mentes muchas veces están llenas de pensamientos innecesarios, impropios y desagradables a los ojos de Dios. Y requiere una labor de limpieza exhaustiva por nuestro propio bien. Debemos eliminar todo lo innecesario y repulsivo. Dios merece una mente en donde se le rinda honor. Así que piense por un segundo la siguiente pregunta: ¿Estoy dando honor a Dios y al cristianismo que profeso, con mis pensamientos?